A sus 35 años, Inès (Louise Bourgoin), una agente inmobiliaria en busca de empleo, no tiene elección: mientras cría sola a su hijo adolescente, Adam (Samy Belkessa), debe encontrar rápidamente una vivienda a la que mudarse, ya que su casero quiere vender el piso donde viven. Sin embargo, para poder hacerlo, necesita un trabajo fijo. Ante esta situación, la protagonista acepta una oferta de dos meses de prueba en Anti-Squat, una empresa que está poniendo en marcha una iniciativa nacida en Países Bajos (que ya se ha convertido en una práctica establecida en Francia, tras una ley aprobada en junio de este año). Con el objetivo de evitar la ocupación ilegal, estas compañías alojan a residentes temporales en edificios vacíos a cambio de alquileres muy bajos, pero sin los derechos habituales de los inquilinos y obligados a seguir unas normas muy estrictas: no más de dos invitados, nada de fiestas, nada de animales o niños, prohibido comer en las habitaciones, prohibido cerrar las puertas, y un largo etcétera.
Dejando a su hijo solo en París, Inès se traslada a las afueras para instalarse en un gran edificio comercial abandonado. Encuentra nuevos inquilinos para la propiedad (una enfermera, un profesor, un chófer privado, una actriz, un manitas, etc.) y vigila las instalaciones (a través de cámaras), intentando adaptarse a su papel y asegurándose de que se respeten las normas, a pesar de ser consciente de que carecen de humanidad, todo ello bajo la mirada crítica de su hijo rapero y bajo la presión de una jerarquía ahogada por problemas financieros. Cuanto más tiempo pasa, más crecen los dilemas de Inès. ¿Debería rebelarse? ¿Puede hacerlo sin aniquilar sus perspectivas de futuro y las de su hijo?
Apoyándose en una protagonista forzada a ser despiadada por las circunstancias, Anti-Squat retrata con gran precisión un clima social y económico implacable, así como su elevado impacto humano, especialmente en lo que se refiere a la educación de los niños, a quienes inculcamos una serie de valores que ignoramos y despreciamos a diario. La frialdad de la puesta en escena y del decorado (casi distópico) encaja perfectamente con el tono de esta película, profundamente instructiva y relativamente inflexible, que se suma a la tradición del cine social de denuncia, a través del punto de vista de individuos que atraviesan importantes dilemas morales.
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